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Guía de Prisioner of Ice
Autor: Ryo Suzuki
Fecha: 06 Febrero 2006, 03:30 AM
Categoría: Saturn
Tipo: Recurso
Nombre del artículo: Guía de Prisioner of Ice
Descripción: Ya que el juego esta en japo...guía en español!!
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El agente Ryan va en una misión supuestamente fácil a bordo de un submarino: proteger una carga en una caja, la cual brilla con una luz verde cada cierto tiempo. Pero, a mitad de la travesía y en un ataque alemán, un ser viscoso sale de la caja y mata al capitán y a un tripulante. Ryan cierra la puerta, pero el peligro aún no ha acabado...


Acto I

Mi nombre es Ryan. No es un nombre muy corriente, pero tampoco lo son las circunstancias bajo las que lo adopté: era el nombre que figuraba en la placa de identidad que venía conmigo cuando era pequeño y perdí a mis padres: R-YAN. Mi aventura comienza en un submarino inglés, el Victoria. En mi calidad de agente de los servicios secretos americanos, investigaba unos extraños sucesos que rodeaban la Operación Polaris. Esta operación concluyó extrayendo dos misteriosas cajas del Polo Sur.

Navegábamos tranquilamente cuando recibimos una llamada de la base que indicaba al capitán que las cajas debían seguir cubiertas de hielo. Tras esto me dirigí al capitán Lloyd para preguntarle por las cajas, por la Operación Polaris y por el profesor Hamsun, que poseía un extraño ataque de locura, quizás relacionado con la muerte de su padre, aunque inmediatamente después, fuimos atacados por un barco alemán que lanzó cargas de profundidad para hundirnos.

El ataque causó daños en la bodega y me dirigí allí con el capitán. La escena allí era dantesca: Jones estaba agonizando en el suelo y todo lo que alcanzó a decirme, antes de morir, es que había algo en las cajas. Lloyd también lo oyó y se acercó a una de las puertas de las salas en las que estaban guardadas las cajas y, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, una especie de tentáculo salió y mató al capitán. Rápidamente cerré la puerta y con el extintor que colgaba de una de las paredes, apagué el fuego. Al lado de la puerta, vi un armario empotrado con un lanza bengalas dentro, que intenté abrir, sin éxito.

Regresé al puente y conté a Driscoll, el oficial de navegación, todo lo ocurrido. Le pregunté si había armas en la nave y me dijo que no. Luego, me contó que Hamsun estaba delirando en el dormitorio que estaba detrás de él. Antes de buscar a Hamsun, registré el cajón de la mesa junto a la radio y encuentre un libro de códigos, útil para el manejo de la radio; una llave y una grabadora con una cinta virgen.

Fui al dormitorio y hablé con Wayne, que hacía las funciones de médico, acerca de Hamsun; me contó que no dejaba de delirar. Después le comuniqué la triste noticia de que el capitán Lloyd había muerto. De vuelta en el dormitorio, cogí el hacha de la pared, junto a la puerta, y una medalla de San Cristóbal en una mesita. Más tarde miré bajo una litera, enfrente de la de Hamsun, y me encontré un chaleco salvavidas y unas botas de clavos.

Volví para hablar con Wayne y le dije que volviera al puente con Driscoll para echarle una mano. Cuando me libré de él, intenté hablar con Hamsun pero deliraba. Le hipnoticé con la medalla y él comenzó a recitar lo que parecía un extraño hechizo en un lenguaje arcano, así que lo registré en la grabadora.

Sin nada más que hacer ahí, fui al puente y, para mi sorpresa, un monstruo, el Prisionero que había acabado con la vida de Lloyd, nos atacó. Rápidamente, puse en marcha la grabadora, reproduciendo la frase que había dicho Hamsun, destruyendo al Prisionero. Wayne había resultado herido, se le había caído la puerta derribada por el monstruo encima, y no resistió mucho. Una gran pérdida.

El ataque del monstruo, al parecer, había causado varios daños dentro del Victoria. Una explosión así lo indicaba. Driscoll me comunicó que el agua había inundado ya la sala de torpedos y que era necesario enviar un SOS por la radio. Tenía los códigos, pero ignoraba la frecuencia. Driscoll me dijo que Stanley, el ingeniero, conocía la frecuencia de la radio con un poco de suerte. Antes de irme a hablar con Stanley, Driscoll me entregó un walkie-talkie para no perder el contacto.

Raudo y veloz, bajé por la exclusa hasta la sala de máquinas, donde una viga aprisionaba al pobre Stanley. Intenté tranquilizarle, pero lo único que quería, obviamente, era que le quitase la viga con ayuda del cabestrante. Conecté el cabestrante y me puse en contacto con Driscoll con el walkie-talkie. Gracias al manejo del cabestrante por Driscoll y gracias a mis precisas instrucciones, logré quitarle la viga a Stanley. Se levantó y empezó a sucumbir en el pánico. Le comuniqué que Lloyd había muerto y le pedí la frecuencia, la cual me dijo. Antes de volver al puente, cogí una llave inglesa tirada en el suelo.

Ya en el puente envié un SOS con el libro de códigos y la frecuencia. Cuando parecíamos tener un poco de suerte, Driscoll me informó de la imposible ascensión a la superficie con una sala inundada. Acordamos que yo subiría a la superficie y pediría ayuda al barco que vendría a rescatarnos gracias al SOS. Fui a la sala de las cajas, cuyo suelo ahora era resbaladizo pues estaba cubierto de hielo. Me coloqué las botas de clavos y abrí el armario con la llave. Dentro hallé algunos objetos útiles para el exterior.

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Corrí hacia la sala de torpedos, pero su exclusa estaba cerrada. Pregunté a Driscoll, de nuevo en el puente, por la puerta. Al parecer, se podía abrir activando el circuito eléctrico, aunque debería estar completamente destrozado. Busqué por el puente el cuadro eléctrico, mas su puerta estaba atascada. Con el hacha, logré abrir una brecha lo suficientemente grande como para conectar los cables. El circuito, tal como me había indicado Driscoll, daba pena. Sin embargo, haciendo ciertas derivaciones para que circulase la corriente, logré poner en marcha el circuito que abría la exclusa hacia la sala de torpedos.

Iba a encaminarme hacia la sala de torpedos, cuando vi el volante sobre la puerta, destrozada por el Prisionero anteriormente. Con ayuda de la llave inglesa, logré hacerme con él, que me serviría como válvula en el futuro. Al fin, encaminé mis pasos hacia la sala; completamente inundada. En una pared, al fondo, había un hueco por el que cabía la válvula que tenía y que, como dije antes, me sirvió, incrustada en ese hueco y dándole vueltas, para vaciar la sala de torpedos.

Con toda la sala vacía de agua salada, tomé una bengala que descansaba sobre uno de los torpedos. Más tarde, pensé que, quizás, podría salir metido en uno de los torpedos. Era una idea descabellada, pero tenía todos los objetos necesarios para sobrevivir en alta mar: el lanza bengalas, la bengala y un chaleco salvavidas. Así pues, abrí el tubo lanzatorpedos, el torpedo en el que me iba a meter y comuniqué mis intenciones a Driscoll. Antes de lanzarme, me dijo que el SOS había sido recibido y que había un barco por los alrededores. Salí disparado con el torpedo y, una vez sobre el mar, lancé la bengala para que el barco la viese. El barco era un navío inglés, que nos llevó -a mi tripulación, al submarino y a mí- a una base en las Islas Malvinas, la Base Edwards.


Acto II

Nada más llegar a la Base Edwards, me presenté ante la máxima autoridad de la base, el Comandante Sears. Creo que no nos caímos muy bien desde la primera visita. Tras una discusión sobre nuestros cometidos y nuestros gobiernos -llevándose una batalla, pero no la guerra-, me interesé por el estado de Hamsun y por la caja de la Operación Polaris, la cual me dijo que estaba segura. Cuando la conversación parecía llegar a su fin, entró un soldado diciendo que había dejado la película enviada por Miss Molly en el pasillo. Interesado, pregunté por la película, al parecer una filmación nazi; y por Miss Molly, que era el nombre en clave de un agente británico infiltrado.

Sears se marchó, esperando no volver a verme a su regreso. Había algo sospechoso en todo el asunto y mis órdenes no eran las que el Comandante Sears se inventaba para mí. Por lo tanto, registré toda la habitación, logrando un paquete de cigarrillos y mi ficha sobre el escritorio. También encontré un pase, sin sellar y sin foto, y una cifra en un papel del cajón, el 523. El papel parecía sido rasgado, así que debía de haber por ahí el otro trozo del código. Era una combinación. Mis ojos, se posaron sobre el cuadro de Sears detrás de su escritorio. No necesité echarle un vistazo para saber que, oculto, habría algún tipo de caja fuerte.

El Cabo Quincy, un hombre bastante antipático, interrumpió mis pensamientos. Me bastó un sólo intento de conversación para darme cuenta de que sobraba en esa sala; habían desaparecido objetos de Hamsun y se le había ordenado al Cabo Quincy su búsqueda, llenándole de trabajo. Había también algo sospechoso en todo aquello. Salí y entregué mi hoja del día a un soldado, el cual salió disparado de repente cuando sonó una alarma de peligro. Se había descuidado y había dejado la película de Miss Molly sobre la mesa, la cual cogí sin la menor intención de devolverla.

Me di un paseo por las salas de la base, descubriendo que, para ir por el sótano, necesitaba un pase. Fui por otros caminos y encontré a un soldado con un acento peculiar, se trataba del soldado McLaglen, encerrado por su adicción a los cigarrillos. Sentía aversión a Quincy y le ponía verde. También me comentó que las fichas, las del personal, estaban al cuidado de Shaw. El podía poner la película a funcionar, así que le convencí con unos cuantos cigarrillos. La película era realmente instructiva: había ciertas excavaciones realizadas por los nazis y, además, un Prisionero acababa con la vida de dos de éstos. Terminó la filmación, bastante corta y aún con muchas dudas, y, antes de irme, pude observar como un libro tenía un trozo arrancado con los números 496. Era la otra parte del código.

Shaw manejaba la radio en la sala contigua a la del despacho de Sears. No fue difícil dar con él, aunque antes tropecé con el doctor Trevor que me comunicó la desaparición de Hamsun. Desde luego, algo extraño sucedía en aquella base militar. Hallé por fin a Shaw y tras preguntarle primero por mis mensajes, me entregó uno de mis superiores en Washington, al parecer había un espía en la base; y después por las fichas del personal, mostrándose reticente hasta que mencioné el nombre de McLaglen, me dijo que las fichas estaban en la armería. Iba a volver al despacho de Sears, pero me fijé que podía soltar la foto de mi ficha con el vapor de una tetera -pensando en la ficha de Sears- y así lo hice.

En el despacho de Sears, lo primero que hice fue abrir la caja fuerte con la combinación 496523, hallando en su interior un sello y la llave de Lloyd -la llave de autodestrucción del Victoria. Lo cogí todo y, gracias a la foto y el sello, me hice un pase especial. Eché un ojo al calendario y vi marcado el día de hoy, lo cual era bastante raro. Dejé todo tal y como estaba y fui al ascensor. Abajo, tras mostrarle el pase falso al guardia, entablé conversaciones con los soldados para descubrir un poco más del sótano.

El trastero era tal y como lo describían aquellos soldados: desordenado, sucio y maloliente... aunque no dijeron maloliente. Un olor a podrido provenía de un viejo baúl, en cuyo interior hallé un horrible cadáver, recubierto por una gelatina verdosa. Cerré el baúl y cogí la lata caducada. Acto seguido, entré en la sala del doctor Trevor, donde pedí cita a la enfermera, Miss Trend, quien también ponía verde al Cabo Quincy. Tanto Quincy como Sears podían ser traidores, pero no me decidía cual. Ya con el médico, le dije que tenía dolor de estómago y le di la lata caducada cuando me pidió lo que había ingerido. Se fue a por una pastilla, aprovechando yo para cogerle una revista sobre montaje. Aquél tema, al parecer, fascinaba al guardia de la armería, un tal Finnlayson.

Al principio, Finnlayson se mostraba bastante reticente, pero al enseñarle la guía de montaje me dejó pasar. Sin embargo, Marsh, el guardia del archivo, no me dejó acceder a las fichas, así que tuve que idear un plan. Antes de nada, entablé conversación con Finnlayson sobre Sears y Quincy, quien había visto las fichas hacía escasos minutos. Finnlayson tampoco me iba a ayudar con lo de las fichas, por lo que tiré el cigarrillo en la papelera, y me oculté en un rincón oscuro. Finnlayson, al no hallar el extintor, avisó a Marsh y ambos huyeron. Acabé con el incendio con el extintor y fui a la sala del archivo. ¡Increíble, todas las fichas habían desaparecido! Todas menos una de un tal John Parker... en ese momentos, nombres como Illsmouth y Cometa Halley llegaron a mi mente. Desperté al abrir la puerta y encontrarme de cara a Sears, con muy mala leche.

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Sears me llevó a su despacho, donde me interrogó sobre todo lo que sabía. Al comunicarme que la última caja de la Operación Polaris estaba rota y de que algunos de sus soldados habían muerto en extrañas circunstancias, yo le hablé del Prisionero y del hechizo que acabó con él. No muy convencido, me envió derecho al Victoria en busca de pruebas.

En el Victoria, no pude acceder pues la puerta estaba abierta. Al otro lado del submarino, cruzando gracias a una cuerda en una estaca, encontré dos piezas metálicas que, unidas, formaban una llave marinera. Con esa llave, accedí al interior del submarino. Al entrar, caminé hacia la sala de las literas, donde revolví el armario de Hamsun. Encontré ciertos papeles con pruebas muy claras y salí al puente. En ese momento, hizo acto de presencia un Prisionero. Parecía que me habían tendido una trampa, así que actué con rapidez: puse en marcha la autodestrucción de la nave con la llave de Lloyd y regateé al monstruo por detrás del periscopio. Salté y me salvé, pero aquél Prisionero no debió de salir muy bien parado.

Al regresar a la base, bastante alterada por la explosión, por un sabotaje en las comunicaciones y por la desaparición del Comandante Sears, el doctor Trevor me llevó a su despacho para enseñarme la sangre de Hamsun, que poseía un aspecto inhumano. Me entregó también un libro de Hamsun que hablaba de unas piedras Mnar, capaces de detener y destruir a los Prisioneros, además de ciertos símbolos mágicos. Cuando terminé de leer, la enfermera salió con una cara de susto total. Entré corriendo en la enfermería y me encontré a Quincy luchando con un Prisionero. Antes de ser devorado por éste, me habló de una piedra Mnar oculta en un mapa donde Sears. Rápidamente, hice una estrella de cinco puntas en el suelo para detener al Prisionero. Al salir, el doctor no estaba, pero en su escritorio había una pequeña aguja que cogí. El despacho de Sears tenía un mapa enorme, con un pequeño agujero. Metí la aguja y encontré la piedra Mnar y varios papeles en alemán, lo que identificaban a Sears como el traidor. Volví con el Prisionero y lo eliminé con la piedra. Acto seguido, recogí varios papeles de Quincy, quien había descubierto a Sears.

Con la situación normalizada, me explicaron que John Parker, un gran especialista en el tema del ocultismo, está en Buenos Aires; además, allí hay un libro que debería consultar. Como Sears también había visto la ficha de Parker, decidí darme prisa en coger el primer vuelo a la Argentina.

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Acto III

Al llegar a la ciudad Argentina, entré en la biblioteca. Me di cuenta de que el violinista de la entrada me había seguido dentro... y sin su violín. Al intentar hablar con él, me dijo que no me entendía. Su acento alemán me puso en guardia. En esa misma sala, me encontré con la hija de Parker, Diane, quien estaba desaparecido. El gerente de la biblioteca, Hernández, me comentó el robo de un disco de piedra de un pedestal. Al hablarle sobre el libro, me comunicó que lo acompañara a un despacho. Le seguí adentro, donde dos hombres, Jorge y Miguel, me preguntaron mi interés por el OTR 2832. Obviamente, les dije que a mi me parecía tan sólo una contraseña. Ambos se dieron cuenta de que yo era el hombre adecuado y me relataron un capítulo de un extraño libro, que hablaba sobre religiones antiguas, dioses crueles como CTHULHU, los Grandes Ancianos, el Hombre Rubio y, sobre todo, del fin del mundo.

Aquello me impresionó, aunque fui devuelto a la realidad de inmediato por el violinista, que ahora empuñaba una pistola. Mató a Hernández cuando éste entró, aunque de repente, alguien disfrazado como yo entró y mató, con un extraño arma, al pistolero alemán, el tal Harland. Sin tiempo a preguntar, Jorge nos ocultó a Diane y a mí, mientras la policía se los llevó. Diane, algo aturdida y enfadada, se fue hacia las estanterías de la biblioteca. La seguí y nos encontramos con una pila impresionante de libros. Recogí un bastón y tres libros y hablé con Diane, quien me comentó la idea de un mecanismo secreto. Examiné todos los libros hasta que uno me llamó la atención; al empujarlo, descubrió un pasadizo al segundo piso. Tras hablar con Diane sobre tres autores, de los cuales yo tenía tres libros, usé el bastón sobre una escalera rota para seguir avanzando al piso siguiente. En el siguiente piso, vi un gran hueco, donde coloqué los libros según las fechas -verde, marrón y rojo-. Otro piso más arriba, encontré un libro de Da Vinci, el cual comenté con Diane. Pulsé un interruptor y, dejándonos de tonterías, aparte un poco a Diane para ir al piso superior.

Arriba, empujé la primera estatua, abriendo un hueco en otra con una llave, que abría el paso a la terraza. Me fijé en el disco de la estatua del Discóbolo, que era muy extraño. Saltando de estatua en estatua, logré alcanzarlo y descubrí que era el Disco Solar. Sin embargo, fuimos capturados por los alemanes en el mejor momento.

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Acto IV

Nos trasladaron a una base en medio del hielo, la Base Schlossadler. Era una verdadera prisión. Allí, estábamos cautivos Hamsun, Diane, Parker y yo. Mientras se nos iban llevando, Parker dijo que quería hablar conmigo. Teniendo cuidado con un guardia que miraba de vez en cuando el interior de las celdas, tuve oportunidad de hablar con Parker. Al parecer, había sido fotógrafo y, siguiendo los pasos de un científico llamado Boleskine, fue a Illsmouth para hacer fotos del Cometa Halley. Allí se topó con una siniestra reunión. Entonces, logró detener a aquellas personas pertenecientes al rito de CTHULHU, incluido el hechicero indio Narackamous. Sin embargo, ahora todo volvía a suceder y un jefe alemán intentaba tener el poder del mítico CTHULHU.

Cuando se llevaron a Parker, cogí el taburete y el jefe alemán, Dietrich, vino a hablar conmigo. Era un tipo siniestro y loco, que quería que firmara un documento para mis superiores como si no pasara nada. Taponé, cuando se fue, el lavabo con el papel provocando una inundación. Cuando entró el guardia, le golpeé con el taburete. Le metí para adentro y cerré la puerta desde dentro, luego moví la mesa y puse el taburete encima para llegar al tubo de ventilación, al que quité los tornillos con la cuchara.

Escondido en los conductos de ventilación, pude oír una conversación entre varios soldados nazis sobre la locura y el trabajo de Dietrich. Cuando se marcharon, continué hasta caer en una extraña estancia. Al bajar, cogí una estalagmita del suelo, que ocultaba dos joyas, las cuales puse en los dos ojos de una monstruosa cabeza de piedra. Abrió aquello un transporte hacia otro lugar, donde había un ascensor. Miré dentro de una carretilla, encontrando una palanca, la cual me sirvió para derramar algo de lava sobre el suelo, haciendo palanca a una roca. Me di cuenta de que estaba rodeado de Prisioneros, así que decidí darme prisa. Metí la palanca en la lava y, al rojo vivo, deshice el hielo de la rueda de la carretilla. Después empujé y la puerta del ascensor se abrió para mí.

Una enorme hélice bloqueaba mi camino, así que la obstruí con la palanca. Seguí hasta una rejilla, donde estaban Hamsun, Diane, Parker, Dietrich y... ¡sí, era Narackamous! Al parecer, iban a celebrar el ritual, con el Necronomicon, el libro maldito escrito por el loco árabe Ábdul Alharez. Antes de irse, abrieron su máquina del tiempo y enviaron a algún tiempo al agente infiltrado Miss Molly, que moriría... seguramente. Después, se marcharon dejando a un Prisionero para eliminarlos. Salté velozmente por la rejilla, eliminando al Prisionero con un hechizo que, sin embargo, me llevó al futuro.

Estaba en el 2037, en la base de Schlossadler, aún. En un terminal, cogí una especie de batería y después entré en una consola, donde descubrí mi verdadera personalidad: yo no era Ryan, sino Yan Parker, hijo de H. P. Parker y nieto de John Parker. J. Parker logró salir de Schlossadler, pero nadie le creyó y muy pronto, el mundo fue dominado por los Prisioneros y otros monstruos. Parker enseñó a su hijo todo sobre ocultismo y religiones antiguas. En el futuro, el hijo de Parker luchó e incluso creó un arma para acabar con los Prisioneros, pero era demasiado tarde. Envió a su propio hijo con un amigo a través del tiempo, es decir, yo. Tras la sorprendente noticia, recogí algunas piezas diseminadas sobre el arma FND. Cuando las tuve todas, fui al terminal e inserté la batería para completar el FND. Probé el arma con una roca que bloqueaba un armario, en cuyo interior hallé una piedra Mnar y el Disco Solar.

Usé el disco sobre mi mismo y volví al presente, justo cuando otro Prisionero iba a atacar a mis amigos. Usé el hechizo de nuevo y terminé con el monstruo. Rescaté a los rehenes y entré de nuevo en la puerta, siendo el Yan que mataba a Harland en Buenos Aires. Acabé con él y me fui.

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Acto V

En otro pequeño viaje, me hallé en Illsmouth, en unas catacumbas. Una anilla cercana, en una sala circular, llamó mi atención. Al tirar de ella, surge una piedra con extraños grabados. Puse cada "divinidad" con su elemento inverso: CTHULHU, aire; NYARLATOPEC, fuego; DAGON, agua; y PRISIONERO, hielo. Surgió un libro que necesitaba una piedra Mnar, así que se la puse y descubrí que era el Necronomicon. Lo cogí y aparecieron dos fantasmas, uno de Narackamous y otro de Boleskine. Apareció también una espada en mi mano, la cual usé con ambas apariciones. Narackamous me insultó, pero Boleskine me dijo como parar la ceremonia: el hombre de la máscara de hierro debe entrar en el círculo.

Con esta información, seguí hasta encontrarme un mar de petróleo y una barca. Sin embargo, Sears me estaba esperando. Le di conversación sobre mis familiares y sobre los grandes ancianos. Y entonces supe la verdad. Él fue el hombre en el que mi padre puso toda su confianza, y que me llevó al pasado. Me dejó en un convento y se fue, descubriendo el gran poder de CTHULHU y uniéndose a su causa. Sears era un gran espadachín, pero muy despistado. Cuando me iba a dar el golpe de gracia, me dejó unos segundos para cortar la cuerda y tirarle encima una lámpara. Aquello quemó el petróleo y me llevó hasta un gran y siniestra cabeza. En una pared había tres cráneos y un abismo de fuego. Rompí la que más cerca estaba del abismo, soltando arena que me sirvió como puente. Después, comencé a dar vueltas pensando en cómo pasar y, sin querer, pisé una baldosa cerca de las calaveras, que abrió la gran cabeza.

Llegué al claro de las piedras, donde Narackamous y Dietrich se preparaban para celebrar la ceremonia. Les interrumpí y rápidamente comenzaron a atacarme. Les bloqueé usando la espada sobre mi mismo tantas veces como fue necesario. En un momento dado, Dietrich se puso de rodillas y se enfundó la máscara, momento en que le solté el Necronomicon que tanto ansiaba dentro del círculo. Su avaricia hizo que entrase y tanto Narackamous como Dietrich fueron devueltos a sus reinos -Dietrich al pasado con los mayas y Narackamous al interior de la tierra-.

Salvé al mundo, pero nadie lo sabe. Mejor así, que se pierda en el tiempo por el que yo, ahora, camino libremente.
  
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